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martes, 24 de septiembre de 2013

UN CAZADOR EN LA TEXACO


No. Él no era un cazador de mariposas ni de patos silvestres. Era un cazador de concesiones mineras y petroleras. Cuando jovenzuelo, vivo y ambicioso,  dejó su patria austríaca y se convirtió en espía norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial, allá en Europa.  Adoptó el nombre inglés de Howard Steven Strouth y ascendió en la escala militar hasta convertirse en mayor del Ejército de Estados Unidos. En este país ingresó al mundo todopoderoso de las mafias petroleras y, ya miembro de éstas, llegó al Ecuador a fines de los 50 del siglo pasado. En Quito, se ubicó en la mansión señorial de Leonidas Plaza Lasso, en Guápulo, y comenzó la caza de concesiones. Allí le visitó el periodista alemán Thylo Koch que andaba de gira por Suramérica. Ante Koch, el cazador alardeó de sus ajetreos petroleros y le hizo una confidencia: “Tengo en mi poder cinco millones de dólares para mantener de buen humor a los gobernantes ecuatorianos”.
Entre humorada y humorada obtuvo una concesión gigantesca en la región amazónica: cuatro millones y medio de hectáreas (45 mil kilómetros cuadrados), una superficie más grande que las provincias de Guayas y Los Ríos juntas, con pueblos contactados y no contactados dentro de la panza de la monstruosa concesión. El nombre utilizado para el caso fue el de Minas y Petróleos S.A., una compañía fantasma como tantas otras del ramo, aunque en Estados Unidos figuraba como propiedad de la multinacional World Ventures  (Aventuras mundiales).
Entre los gobernantes ecuatorianos que bailaron alegremente con la música del cazador, figuraron el Ministro de Fomento y Minas Jaime Nebot Velasco y el Ministro del Tesoro Jorge Acosta Velasco (del  clan Acosta, dueño entonces del Banco Pichincha), agente de la CIA, según relata en su Diario Philip  Agee, por la época oficial de operaciones de esta central del espionaje y el terrorismo oficial de los Estados Unidos, acreditado en el Ecuador.
El cazador nunca perforó un pozo, pues su negocio consistió en retacear su latifundio petrolero, vendiéndolo por pedazos. Así, le vendió a la compañía Texaco 650 mil hectáreas bajo el nombre de las empresas Aguarico y Pastaza, igualmente fantasmas. Entre los abogados de esta orgía de concesiones se destacó el doctor Manuel de Guzmán Polanco, altísimo exponente del Partido Socialcristiano. Otras dos concesiones hechas a favor de Petrolera Yasuní, una por 395 mil hectáreas y otra por 400 mil, pasaron también al control de la Texaco.
No se sabe cuánto cobró el cazador por estas ventas, pero sume usted cualquier millonada que se quedará corto. Lo que sí se sabe es que Strouth firmó al mismo tiempo un contrato con Texaco por el cual  la compañía (hoy camuflada como Chevron) se comprometía a pagar el dos por ciento de la producción que obtuviera en los campos así negociados, de por vida de la concesión, esto es por cincuenta años. En esa ápoca –años 60- se estimó que el cazador recibiría por esta regalía personal 7.500 dólares cada día. ¿De dónde salía esa plata? ¿Usted cree que la compañía las extraía de sus ganancias? No sea gil, ciudadano. Esos 7.500 dólares diarios salían del petróleo ecuatoriano, pues la compañía los cargaba a costos de producción, perjudicando así al Fisco y a toda la población nacional;  a todos estos millones de pendejos que éramos objeto de saqueo, burla y escarnio por parte de los cazadores de concesiones, las multinacionales como Chevron-Texaco, y los gobernantes que danzaban encantados sobre el mapa ultrajado de la patria.

E-mail: jaigal34@yahoo.es         Twitter: @jaigal34
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P.D. Le invito a que escriba su comentario en el recuadro de abajo, no importa si está a favor o en contra. Ejerza su derecho a decir lo que piensa.
C. M. Luis Fernando Carvajal Herrera.
Atte.
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jueves, 19 de septiembre de 2013

LA TEXACO Y LA CIA

Tomamos el voluminoso libro titulado “Legado de Cenizas (Historia de la CIA)”, 718 páginas escritas por el veterano periodista norteamericano Tim Weiner, reportero de The New York Times,  libro  editado en 2008 por Debate, en Colombia.  Weiner, Premio Pulitzer, escribió esta obra en base a más de 50 mil documentos y centenares de entrevistas a personajes de la CIA, del gobierno y el Congreso de Estados Unidos.
Director de la CIA, John McCone(en primer plano a la izquierda) 
con el presidente Kennedy el 29 de noviembre de 1961. Crédito: JFK Library
En la página 198 encontramos esta maravilla:McCone (Director de la CIA) le entregó al Presidente Kennedy un documento en que se esbozaban las operaciones encubiertas en  Bolivia, Colombia, República Dominicana, ECUADOR, Guatemala y Venezuela. El documento estaba clasificado de alto secreto debido a que lo explica todo sobre los trapos sucios, le dijo McCone al Presidente. ‘Una maravillosa colección o diccionario de sus crímenes’, añadió George Bundy con una carcajada”. Esto ocurría el 15 de agosto de 1962.
McGeorge Bundy  y John Fitzgerald Kennedy
Este festivo Bundy era nada menos que  el asesor de seguridad  nacional de Kennedy. Y bien: ¿cuál es el interés histórico de este singular pasaje.  Uno, que poco después, desde 1962 a 1964, esas “ operaciones encubiertas” se convertían en brutales golpes de Estado en Bolivia, con el entronizamiento de la dictadura del general Barrientos; en la República Dominicana, con el derrocamiento del Presidente Juan Bosch; en Brasil, con el derrocamiento del gobierno nacionalista de Joao Goulart, y en el Ecuador, con el derrocamiento del Presidente Carlos Julio Arosemena, el 11 de julio de 1963,  para sustituirlo con la Junta Militar (Los 4 Coroneles de la Traición) encabezada por Ramón Castro Jijón. Golpes de Estado todos fraguados por la CIA, encaminados a servir a las multinacionales imperialistas y a los designios políticos de Washington, en medio de persecución, tortura y muerte de millares de ciudadanos en todos estos países latinoamericanos. En nuestra desventurada patria, poco después, en marzo de 1964, reventó la bomba: fue el suculento regalo hecho por la Junta Militar a favor de la Texaco de una inmensa tajada territorial en la Amazonía: un millón cuatrocientos treinta y un mil hectáreas, que comparativamente era mayor a la mitad de toda la provincia de Pichincha, siendo la ridícula  obligación de Texaco pagar 25 centavos desucre por año y por cada hectárea, lo que significaba un valor inferior a un plato de caldo de patas. Y esto para 50 años que duraba la concesión, con derecho a prórroga de diez más si Texaco lo quería. Y cuando apenas pagaba un seis por ciento de regalía, cuando ya en países árabes la empresa pagaba hasta el 50 por ciento de su producción. De esa concesión y otra posterior de 650 mil hectáreas, Texaco sacó en menos de 30 años más de mil millones de barriles del mejor crudo existente en el mundo, y por lo mismo de los más caros, para convertirlos allá, en Estados Unidos, en los miles de derivados como  gasolina y lubricantes. que luego nos vendería a nosotros mismos.
Para eso sirvió el golpe de Estado maquinado aquí por la  CIA, y para que luego venda un paquetazo de acciones a la Chevron,  y para que entrelas dos hoy día se nieguen a pagar la multa de 19 mil millones que con justa razón reclaman los pueblos de la Amazonía, afectados de destrucción, cáncer y muerte por la  bárbara explotación de crudos que hiciera esta compañía, que también se comió crudo la soberanía y la dignidad de los ecuatorianos. De allí que es tan justa la sentencia dictada por los jueces ecuatorianos y ese clamor que crece en todo el país


SOBERANÍA Y DIGNIDAD,
CHAVERON-TEXACO NUNCA MÁS



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C. M. Luis Fernando Carvajal Herrera.
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jueves, 12 de septiembre de 2013

CHEVRON-TEXACO NUNCA MÁS


La derecha, por sus propios apetitos canibalescos y la izquierda boba que la sirve, con altavoces y tambores atizan el fuego de la contienda interna entre los partidarios  del Plan A y el Plan B, en el caso del Yasuní; los primeros proclamando que el petróleo de la zona debe quedar bajo tierra para siempre, y los segundos- con el gobierno a la cabeza- proclamando la necesidad de extraer esos hidrocarburos en nombre del desarrollo económico y del Buen Vivir del pueblo ecuatoriano. Esto último, dado que el mundo capitalista no acudió – ni acudirá- en auxilio del Plan A, que requiere contribuciones de significación a cambio del sacrificio ecuatoriano que representa no extraer ese petróleo. Y en medio de ello, como lo hemos dicho en nuestro artículo del jueves anterior, avanza el Plan C (Chevron-CIA-Conspiración), secreto, cauteloso pero resuelto, porque representa la voluntad imperial de bloquear y romper todo proyecto de soberanía e independencia de los países latinoamericanos.
Los manipuladores del Plan C, con el entusiasta apoyo de los grandes medios, creen haberse sacado el gordo de la lotería política con la bandera del Yasuní. Solo que pronto se desilusionarán, porque poco a poco se situará el tema en el terreno que debe situarse: el debate y la discusión entre los ecuatorianos, al margen de los intereses del imperio.
En cambio, hay un tema en el que no cabe ninguna discusión entre ecuatorianos que se precien  de tales, sean o no declarados izquierdistas, sean o no ecologistas: es el tema de la sentencia dictada por los jueces ecuatorianos contra la Chevron-Texaco, que por más de 20 años sembró contaminación y deforestación, cáncer y muerte entre las comunidades de la Amazonía.
 Las 30 mil víctimas del pulpo petrolero ganaron una agitada demanda judicial y los depredadores deberán pagar 19 mil millones de dólares por reparaciones de toda índole. Suma muy pequeña, que no compensa la muerte de un solo niño de la Amazonía, y más pequeña todavía si se sabe que este dinosaurio petrolero de dos cabezas se llevó miles de millones durante más de dos décadas de saquear el rico y dulce petróleo de Sucumbíos y Orellana. De allí que el grito soberano CHEVRON-TEXACO NUNCA MÁS terminará por imponerse a las amenazas y presiones imperialistas. Será el triunfo de la patria toda, de su derecho a la Segunda y Definitiva Independencia.

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miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL YASUNÍ Y EL PLAN C


El país vive una lluviosa discusión que podría convertirse en real tormenta: el Yasuní, con la circunstancia de que ahora asoman varios taitas de la guagua, afortunada criatura de la que nadie se acordaba hace diez años, y menos hace treinta y más, cuando Texaco (ahora Chevron) y otros asaltantes del petróleo amazónico devastaban bosques milenarios, exterminaban pueblos no contactados, prostituían otros contactados, contaminaban ríos y lagunas, se burlaban del Fisco y disminuían la vital capa de ozono que protege al planeta, enviando al cielo millones de toneladas de humo desde los mecheros gigantes provenientes de cada pozo en explotación.
Pero desde el año 2007 el Yasuní empezó a ser noticia. Entonces, cuatro ex ministros del Ambiente (empezando por Jaime Galarza, que fue el ministro fundador de esa cartera), se reunieron en Quito, luego de diálogos a distancia, resolvieron proponer al Presidente Rafael Correa Delgado dejar el petróleo del Yasuní bajo tierra, y redactaron la respectiva propuesta, encargándole al Ministro de Energía y Recursos Naturales, Alberto Acosta, entregarle al Presidente el documento. Poco después Rafael Correa lanzó ante el Ecuador y el mundo su  idea, debidamente elaborada, compuesta de dos planes, el A y el B.
Según el Plan  A ,  el petróleo del Yasuní permanecería enterrado, a favor de la naturaleza y de la vida humana, lo que significaría un sacrificio económico nacional, pues los yacimientos   allí encerrados contenían cerca de un mil millones de barriles. Una fortuna nunca vista en la caja del Estado ecuatoriano. Eso sí, el mundo debía compensar el sacrificio del Ecuador con una suma de dinero que, aunque no equivalente, le permitiera afrontar programas básicos del Buen Vivir, del Sumak Kausay que tanto se pregona. El gobierno advirtió que, si no se lograba esa mínima compensación, el país aplicaría el Plan B, que consistía en la explotación de los campos denominados ITT: Ishpingo, Tambococha y Tiputini.
El mundo no respondió al generoso planteamiento ecuatoriano. Y no iba a responder, desde luego. A Estados Unidos y sus socios –Canadá y Europa, principalmente- les interesa sacar tanto petróleo como puedan dondequiera, pues sus presupuestos absorben ingentes cantidades para la guerra y el dominio mundial, y esto es petróleo. Allí están los signos fatídicos de esta realidad: Afganistán, Irak, Libia, Siria. El gran negocio de la destrucción y la muerte.
Frustrado el Plan A, el Presidente ha proclamado la necesidad de aplicar el Plan B, lamentablemente sin una previa consulta popular, que estaba en sus manos convocarla, con lo cual no se habría dado lugar a que esta decisión sea manipulada por los novísimos y falsos redentores de la naturaleza y los pueblos no contactados, cuando algunos de ellos depredan Galápagos y la Amazonía con sus enormes negocios turísticos. Tampoco se habría dado ocasión para que los políticos y politiqueros aplastados en las urnas durante las elecciones de febrero pasado, levanten cabeza y vuelvan a las andadas, golpeando las puertas de los planteles y los cuarteles, mientras ocultan el Plan C, que es su arma secreta y que significa CHEVRON-CIA-CONSPIRACIÓN, víbora de tres cabezas que avanza reptando hábilmente bajo la sombra del Yasuní, envuelta en hojarasca mediática.
Sí, ciertamente, el cantautor Jaime Guevara y los millares de ecuatorianos que de una manera u otra se oponen al Plan B, en sus protestas contra el gobierno obran bajo una sincera convicción ecologista y en la creencia  que es llegada la hora de la revolución socialista para salvar al Yasuní, mejor haciendo a un lado al mandatario motejado de “extrativista”, “mercantilista” y “fascista”. Opiniones que deben ser respetadas por candorosas que sean.  Solo que de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, y en este caso, el infierno es el Plan C.

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