En
las elecciones seccionales del 23 de febrero, Alianza País sufrió un golpe contundente:
ese día el electorado le impuso un voto castigo que, si bien estuvo lejos de
derribarlo, estremeció al orgulloso edificio de la Revolución Ciudadana y
conmocionó al país entero. Tal voto
castigo arrancó de las manos de AP
alcaldías de primer orden, como las de Quito, Cuenca e Ibarra. El caso de
Cuenca, por fortuna, no es el de la capital: allá triunfó otra opción
democrática, no la derecha, y menos la derecha fascista liderada en Ecuador por
ese hitlercito criollo que es Nebot Saadi.
En
Quito el voto castigo resultó mortal, pues haciendo añicos las pretensiones
reeleccionarias del alcalde Augusto Barrera, elevó hacia el sitial mayor a Mauricio Rodas, casi un ilustre
desconocido, del cual el 90 por ciento de sus votantes ignoraba origen y
antecedentes, pero en quien la mayoría vio la única alternativa frente a una
administración municipal que se había convertido en una secta burocrática y
tecnocrática que no escuchaba a nadie, que no consultaba con nadie y que
pisoteaba la obligación constitucional de implementar la participación
ciudadana. Ni el auxilio directo del Presidente Correa pudo librarle a la secta
de su bancarrota, dándose la paradoja de que la mayoría de electores de Rodas
creía y simpatiza con el Presidente, pero castigaba con su voto la soberbia
política y el sectarismo de quienes cierran las puertas a las propuestas y
proyectos que no surgen de su genio, se tapan los oídos ante las voces de los
postergados de siempre y sueñan con una capital versallesca rodeada de montones
de basura, entre los cuales se mueven a su antojo delincuentes y perros
hambrientos. He allí en parte la explicación del triunfo de Rodas. Lo demás lo
pusieron la banca chulquera (tipo Isaías), las cámaras de mercaderes, las
fundaciones norteamericanas, la jauría mediática y toda clase de hijos de
Chevron.
La
debacle de la administración municipal fue el resultado de varias causas, entre
las que el propio Presidente Correa ha destacado el sectarismo. El sectarismo
es incapaz de salir de su cofradía para
buscar y construir alianzas con otros movimientos, sectores y personalidades en
base a programas de interés común. El sectarismo degenera en nepotismo, donde
unas mismas familias se reparten la torta excluyendo a los otros. El
sectarismo, al cerrar puertas y ventanas, favorece la descomposición y la
corrupción a través de prebendas, contratos y complicidades. El
sectarismo, en fin, produce odios y
resentimientos sociales, como ocurrió hace poco cuando dignas asambleístas de
País se dedicaron a entonar ese idiota y extremista cántico chileno que
expresa: “…que los pobres coman pan, y los ricos mierda, mierda”.
Combatir
el sectarismo y arrinconar a los dirigentes que lo causan, santo y bueno en una
revolución. Pero esto no es todo. Hay muchas más urgencias que acometer, entre
las cuales figuran la necesidad de evitar que los oportunistas y los
derechistas se suban a la camioneta para despeñarla hacia el abismo de la
contrarrevolución. Y la necesidad imperativa de formar militantes y líderes
informados, con mente crítica y libre,
capaces de sustituir a los que fracasan y a los combatientes honestos que caen
y habrán de caer en esta dura contienda de nuestra América por su Segunda y
Definitiva Independencia, frente al imperio sediento de dólares, sangre y
petróleo.
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C. M. Luis
Fernando Carvajal Herrera.
Atte.
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